En una banca frente a la pileta

EN UNA BANCA FRENTE A LA PILETA

Una tarde aterida, casi sin luz natural iluminando las hojas. A eso de las siete de la tarde, en una gélida banca frente a una pileta, de esas que sus gotas horadan la piel seca por el frio del tempus hibernum. El recogimiento del ser se derrama por la hoja que la tinta da forma. Principios del siglo XXI, inicios del periodo posmoderno.

Solo las sutiles luces de los árboles de desvestían, el humo salía junto al crepitar de la pipa desgastada y resinosa mientras contaba más caras de las en algún momento imaginé ¿en qué momento fue que multiplicamos nuestras miserables existencias?

Sin aviso se apoderó de mi un raro estado de ataraxia en el cual lograba sentir como el calor de las bolsas de basura acariciaban mis oscuras prendas. La adrenalina que brotaba de las hirvientes venas despertó ese placer de sentir como la rabia sufría una metamorfosis instantánea y pasaba de a poco a ser un orgasmo voraz. Orgasmo aún más satisfactorio que los que se escapan en el sexo. Orgasmo madre de la poesía de barricada. Imágenes de fisuras del capital atacan con viles bofetadas despertando a mi negra sombra. Reflejos venenosos de nuestra repulsiva cotidianidad, nuestro tiempo transformado en una vil cuenta regresiva. La suerte ya estaba echada, solo queda danzar al compás de las llamaradas.

No entiendo por qué a algunxs les toca sufrir tal miserable devenir, y no sólo a algunxs, si no que a más de dos tercios de esta condenada población. Cuentas que pagar, deudas que saldar, comida que comprar, aclaraciones que dar. Pequeñas hormiguitas adoctrinadas por entes ilusorios, representados en las más diversas formas que asemejan pequeños diosecillos rimbombantes: dios dinero, dios mercado, Dios, dios moral, dios legal, dios patriarkal, dios intelectual, dios afectivo y todos los dioses que se puedan imaginar. Cada uno con su propia interpretación – y en masculino, por supuesto -, sin embargo, procedentes todos del mismo, procedentes todos del mismo maldito, procedentes todos del mismo maldito titiritero. Procedentes todos del mismo maldito principio. ¿Cuál principio? El de subordinar, la autoridad. El de poseer, la propiedad.

De pronto me vi de rodillas llorando, todo parecía irreal, efímero, ilusorio y sin sentido, ¿Qué hacía en este lugar?, ¿Cuál es el objetivo real?, ¿Y el sentido donde se escondió? Descifrando el acertijo me daba cuenta de que nuestra existencia se nutre de múltiples espejismos, sueños, ¿será cierto eso de que la vida es sueño? Un grito mudo me cerro los ojos y desgarró el alma. Ya nada era igual. Nuestra cuerpa mutó al de negrxs gatxs, nos vimos sumergidxs en el absoluto de la noche. El sudor bañaba la cuerpa y la puesta en escena había ya finalizado, era hora de cambiar de disfraz, prender la existencia y repasar los tropiezos. La hora ya se había gastado y era momento de alzar el vuelo.

Necesito que poesía me embriague y llene todos mis agujeros, desde el más micro poro en nuestra tela de carne hasta el hueco más grande del conjunto mecanizado que nos aferra al asfalto. Seguramente el más difícil de llenar es ese que se ubica al lado izquierdo del cuerpo, parte superior del tronco. Narran lxs viejxs gnomxs que en aquella cueva solía vivir una extraña animala salvaje, solitaria y autónoma. De vez en cuando solía dar una vuelta a los rededores, se tomaba su tiempo, mañanas enteras, tardes completas y noches infinitas. Retornaba golpeada y a maltraer. Ahora casi ya no está, quizás se perdió buscando un lugar donde perecer. Pulula perdida por los profundos bosques en búsqueda incesable de algún colchón de hojas húmedas, a los pies de cualquier cariñoso árbol que la estreche. Los colores eran rojos y amarillos, con sutiles perfumes del amanecer, especiales para un alma como esa, en pleno ocaso de su melancolía. Enferma por escapar de tan putrefacta ciudad, obviando todo atisbo de esperanza, es como expiran las conciencias enloquecidas.

Sentadxs en una banca frente a la pileta volvemos donde siempre, volvemos donde siempre. Lxs perrxs callejerxs mendigan amor y comida, quizás más comida que amor, y se entiende pues ¿Quién quiere por sí solx mendigar la muerte en vida? Mejor viven lxs orates anonimxs y solitarixs, sin esperar nada de nadie, sin dar explicación de nada a nadie. Quizás la soledad mata, pero he preferido cavar mi propia tumba.

No sabemos qué sucedió ni porqué estamos aquí. Nuevamente recorremos los senderos del crepúsculo, mientras las luces se apagan, nos apagamos nosotrxs con ellas. Si el otoño fuera eteno, mi vida junto a él también lo sería. Si la cordillera no se empolvara el rostro tras cada llovizna, la cuerpa ya se habría extinguido sobre el frívolo suelo de la absurda polis. No hay clemencia desde el cielo ¿por qué lo habría si el cielo le pertenece a lxs pajarxs y nubes, al sol y la luna, y a las estrellas y galaxias?

Tenemos sed, no solo de vino, si no de justicia, libertad y paz. Queremos una vida plena, sin cárceles ni policías. Somos lxs hijxs bastardxs de su sistema, esxs que ustedes mismos parieron. Inadaptadxs por sobrevivencia, depresivxs no por opción, si por realidad. No nos queda más que nuestra propia voluntad, ¿quién más habrá de vivirla por nosotrxs?

Si respuestas de ni un lugar, solo más interrogantes que de a poco se derraman en prórrogas. Estamos aquí, aquí y ahora. Sigo las huellas del efluvio, los mejores viajes se acompañan junto al encendedor. Quizás el lamento nos envuelve, no nos juzguéis. Aunque algo de esperanza se teje en tímidas risas coquetas, no distingo encanto en lo estático de la conformidad.

 

Anónimx Delirante

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